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22/01/2021
Igual de real
El otro día, mientras caminaba por una avenida y pensaba en cualquier cosa, pateé un sombrero lleno de monedas que salieron volando. Cuando caían formaban constelaciones en la acera y tintineaban como campanillas. Como por reflejo, olvidé a dónde iba y me agaché para empezar a recoger las monedas una por una con las dos manos. Un Michael Jackson inexpresivo se arrodilló a mi lado y empezó a hacer lo mismo, dejando caer las monedas en el sombrero arrugado. A la vez, varias personas paraban por un momento para agarrar una o dos piezas del piso para devolverlas y seguir caminando. Alguna sonrisa flotaba entre los peatones y me rozaba la nuca mientras seguía cabizbajo.
La realidad material del dinero se presta a riesgos parecidos a los que corre cualquier bien. La pureza del metal fue una gran preocupación hace tiempo, pero admitir la relatividad de su valor no nos salva de un disgusto cuando las monedas se pierden, los billetes se rompen y las carteras desaparecen, con o
sin nuestro conocimiento. Y la consecuencia
ya está a la mano: si el valor del dinero depende, grosso modo, de cuestiones intangibles, ¿por qué debería seguir amarrado a la dimensión corpórea?
Así que dejó de existir y se volvió una serie de números en las pantallas. El Gobierno español, en su noble esfuerzo contra el fraude, llegó a prohibir los pagos a profesionales de más de 1.000 euros en efectivo (aunque la iniciativa nace en la época de Rajoy, con un máximo de 2.500 euros). Así es fácil que todos....
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