Mi casa seguía igual, las paredes empapeladas con mariposas sobre un fondo azul y gorriones sobre amarillo. La estantería seguía repleta de libros, la ducha con cal, el parqué tan reluciente como siempre. Todo estaba como siempre.
Había tanto polvo acumulado, montones de polvo sobre todos los libros; el azul de las paredes que recordaba vívido, ahora apagado. El sol, la lluvia y el viento habían ido desgastando el techo de paja de la terraza. Pasé un trapo sobre el polvo, una vez y otra, y otra, pero no se iba, seguía viendo la misma mota de polvo moverse de un lado a otro. Llené el cuarto con mis libros, mis libretas, mis pinturas, mi cámara, pero nunca volvió a tener la vida que recuerdo. Recogí los pedazos del techo que habían caído sobre la madera, le pasé agua al suelo, pero la paja siguió cayendo a pedazos y el suelo volvió a secarse, sin rastro del brillo que recuerdo.
Hice todo por volver a la casa que recordaba, a la casa que dejé años atrás, pero nunca volvió. El tiempo había pasado, todo me indicaba que había pasado. Yo seguía en el momento en el que me fui, cómoda, arraigada; me quedé enterrada mientras todo crecía a mi alrededor; me quedé atrás, con la misma mirada que tenía en 2019. El tiempo había pasado y yo veía todo desde la lejanía.
El reloj que había pausado en 2019 se puso en marcha en cuanto llegué y en un segundo ya estaba al día, a las puertas de 2022. El reencuentro soñado con gente que creía que seguía formando parte de mi vida fue el choque que me trajo al presente. ¿Qué había sido de mí? Tres años en Australia y el último trabajando en un restaurante dos meses, ¿y de ti? Por aquí, en la UB, estudiando biomedicina. ¡Pero cuéntame algo más! Cuéntame más, cuéntame todo porque me siento muy perdida, me siento desconectada, y solía saberlo todo de ti y no sé cómo han pasado tres años y ya no sé de ti. Cuéntame más.
No hace falta migrar para ser el extranjero: el extranjero existe en tu hogar, en tu piel. Así nos adaptamos. Migrar revela la extranjeridad que habita en la identidad de cada uno y, poco a poco, se revela también en las relaciones familiares.
Toda palabra es sumisa al individuo -y el individuo también se somete a la palabra- y por ello las palabras forman parte de nuestras experiencias y las definen. Así, encuentro que la palabra “migración” tiene para todo el mundo un significado completamente personal. ¿Acaso no creamos lazos con las palabras que conforman nuestra identidad? Fue entonces, al llegar a España, a casa, que confirmé mi extranjeridad, no en Australia ni en los cuatro años viviendo allí.
Las mil raíces que creía tener en España eran en realidad espejismos. La migración me reveló que el tiempo y la distancia, que me habían separado de todo lo que conocía, había ido aflorando en mí, en mis relaciones. Miraba a mi padre con otros ojos, miraba a mi hermana con otros ojos, miraba a mis amigos con otros ojos. Los ojos de alguien que teme haber perdido parte de su vida, de alguien que está desesperado por encontrar algo que le asegurara que todo seguía igual. Pero la única convicción que llegó fue que tenía que moverme, quitarme la tierra de encima y llegar al ahora.
Todo ha mudado de piel: la casa tiene menos polvo, mi habitación brilla de forma diferente, la terraza tiene otro techo. Reconozco a la Ana que se cayó con doce años del skate, a la Carlota que no le daba vergüenza nada, que se atrevía a todo, a la María más reservada, que siempre hacía los trabajos conmigo. El silencio que habitaba en mí ha salido al haber migrado y se ha asentado en el presente, esperando a que lo mire y lo reconozca. Solo tras migrar y volver al hogar he sabido lo que es vivir agarrándote al pasado, sentir que en cualquier momento ese agarre iba a fallar y caería, hasta dónde no sé, pero caería y-. Choqué. Todo a mi alrededor me pareció extraño pero, ¿no será que la extraña era y sigo siendo yo?
Miren Estruch Santamaría
(2002, Barcelona, España)
Estudiante de Literatura y Escritura Creativa en la Universidad de Navarra. Ha cursado talleres de escritura creativa con la Escuela de Escritores y siempre se ha interesado por la lectura.
Tiene por referentes literarios a autores contemporáneos y clásicos, entre ellos Octavio Paz, Haruki Murakami y Alejandra Pizarnik. El arte siempre ha formado parte de su vida, fuera en el formato que fuera: pintura, fotografía, dibujo... pero la literatura es el pilar que nunca ha faltado.