Malintzin, hermana:
Pienso en ti, te imagino hermosa, inteligente y valiente, una piedra preciosa entre grises pedruscos. Corre el año 1517, tendrías acaso 15 años cuando fuiste entregada como carne por segunda vez, ahora a los soldados españoles de Cortés recién desembarcados en las costas del Golfo de México. Imposible, Malinche, pensar que tú, esa niña india, pobre, esclava y sin familia, serías la persona más importante de ese episodio llamado Conquista.
Un sucio montaje llamado Historia te ha mancillado, pero nosotras sabemos que su empeño por distorsionar tu imagen y tu memoria no ha resultado. Fuiste tú la mujer de tierra y maíz doblemente entregada y tres veces esclavizada. Primero por “los tuyos” de Xicallanco, quienes te vendieron o te regalaron a los mayas de Putunchán a cambio de quién sabe qué. Pero tu triste suerte fue del mismo tamaño que tu mente prodigiosa. Tu salvación fue tu valentía. Cuatro idiomas aprendiste entre Veracruz y Tabasco. Mientras servías de criada y eras violada, ¿sabía alguien que dominabas cuatro idiomas? El popoluca, el náhuatl, el chontal y el maya yucateco. Por eso, indios y españoles te llamaban “la lengua”, porque no solo eras La Única Traductora, con mayúsculas, sino también la estratega política, la interlocutora entre varios pueblos mesoamericanos y aquellos hombres barbados. Nunca antes se había visto que una mujer fuera la emisaria directa, la que hablara cara a cara con los tlatoanis que te respetaban como la negociadora principal. Tú, la bisagra entre Moctezuma, el gran jefe de los territorios mesoamericanos, y Cortés, el gran forastero que llegó con caballos y fusiles por la mar. Fuiste tú, Malintzé, la artífice de ese encuentro.
Cuántos momentos tuviste en tus manos el destino de miles de personas y la Historia de dos continentes. ¿Eras consciente de tu poder, hermanita? Pienso que sí, que eres una bruja ancestral que todo lo veía y lo sabía, lo de antes y lo de después. Por eso te esforzaste tantísimo para que la gente no sufriera. Pero tú sabías que eso era imposible e hiciste todo lo que estuvo en tus manos para evitar la sangría que se aproximaba. Presenciaste la caída de México Tenochtitlan ese fatídico 13 de agosto de 1521. Puedo imaginar cómo sufriste por ello.
El pasado se comió tu nombre original, ese que te dio tu madre, tu padre, tu abuela, tus ancestros, pero después de cinco siglos, sigues erguida con nombre propio. Marina, te impusieron los españoles. Entonces Marina derivó Malina, Malintzin, Malintzé, Malintziné y, finalmente, Malinche. Curioso también encontrar ahora decenas de imágenes, pero no tener ningún retrato tuyo.
Más de tres siglos permaneciste en el olvido. Es 1823 reapareciste en una novela titulada Xicotencatl como “una india lasciva e intrigante” que vendió por nada a sus hermanos indígenas. Relato tras relato, fuiste presentada como una autóctona “sexy e insidiosa”, pero sobre todo, como una traidora que se dejó comprar por los extranjeros colonizadores, la sucia amante de Cortés que hasta un hijo le dio. Una vez más te utilizaron, Malintzin. Qué bien te acomodaron al discurso hipernacionalista del siglo XIX; esta vez serías utilizada por los machos criollos que oficializaron tu relato como el de una “mujer india y pobre” que vendió a su pueblo ¿A cuál pueblo? ¿A los xicallancas? ¿A los mexicas que sometían a tus hermanos? ¿A los mayas? ¿A los tlaxcaltecas?
“Malinchista” le llaman a quien prefiere lo extranjero sobre lo nacional. ¡Qué injusta asociación! “¿Qué significa para ustedes la palabra traición? ¿Acaso no fui yo la traicionada?”, pregunta en tu voz la poeta nicaragüense Clariluz Alegría.
Tu leyenda negra ya estaba en marcha y vino a consolidarla otro criollo mexicano adinerado, Octavio Paz, que con su gran intelectualidad y todo el brillo de sus privilegios le explicó al mundo en El laberinto de la soledad (1950) que tú eres “la forzada”, “la Chingada”, “la violada”. Que tú, Malinche, representas la Conquista, con C mayúscula. A los pueblos originarios mesoamericanos ultrajados, “cogidos”, “chingados” por los extranjeros. Para él, un premio Nobel de literatura; para ti, el escarnio centenario. Y ya arrojada esa cadena, la izquierda latinoamericana de los años 70 continuó sumando eslabones, y entonces auditorios repletos coreaban odio en tu contra:
Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero,
nuestra fe, nuestra cultura,
nuestro pan, nuestro dinero.
Oh, maldición de Malinche,
enfermedad del presente,
¿cuándo dejarás mi tierra?
¿cuándo harás libre a mi gente?
¿Libre, Malintzin? ¿Alguna vez fuiste libre? Llega 1524 y eres concubina de un sujeto descrito por las crónicas como celoso enfermizo, tramposo, mujeriego, fiestero, malhumorado y grosero. Nadie se preguntó por el terror que pudiste sentir cuando, embarazada de tu primer hijo de Cortés, supiste (todo el mundo supo) que era el principal sospechoso de matar a su esposa recién llegada a México, Catalina Suárez, que sentía unos celos insufribles hacia ti y que, con toda razón, le tenía mucho, mucho miedo a su nada ejemplar marido. ¿Alguien te consoló cuando Cortés te arrebató a tu pequeño hijo Martín, su primogénito, para llevarlo a España? Se han atrevido a juzgarte por haberte casado con otro conquistador para conseguir derechos legales, porque, después de todo, seguías siendo nadie. Tu hija María solo pudo tenerte dos o tres años, porque nadie sabe cómo ni por qué ni exactamente cuándo dejaste el mundo terrenal.
Intento acercarme a tu presencia centenaria. Esa eres tú, la verdaderamente poderosa, la que se yergue ante el ultraje colonial y sigues caminando en ese andar indio, pausado pero seguro, el que sabe llegar. En ese andar despacio porque vas lejos. Viviste acaso 25 años, los que te bastaron para llegar aquí después de más de cinco siglos. Aquí sigues, Malintzin, poderosa, protagonista, la única mujer. Una india y pobre, esclava, sin apellidos, con su casta ancestral. Invoca tu recuerdo la máxima poeta mexicana, Rosario Castellanos:
Una niña regresa, escarbando, al lugar
en el que la partera depositó su ombligo.
Regresa al Sitio de los que Vivieron.
…
Yo avanzo hacia el destino entre cadenas
y dejo atrás lo que todavía escucho:
los fúnebres rumores con los que se me entierra.
Imposible enterrarte, Malinche, porque has transitado por la historia de México viviendo muchas vidas. Tus múltiples significados te rebasan: víctima y heroína, madre del mestizaje, eslabón entre dos culturas. En 500 años ya la gente ha tenido tiempo de escribir sobre ti, de dibujarte grande, pequeña, sentada, de pie, acurrucada, desnuda como un animal o mostrando un pecho, morena o blanca, con tu huipil o envuelta en velos, como la mujer poderosa que eras o superheroína de cómic barato.
Pero tú y yo, Malintzin, sabemos quién eres, sabemos quiénes somos. Dos mujeres distanciadas por tantos años: tú, una india mesoamericana que hoy nos representa; yo, una mestiza mexicana que lleva con orgullo sus raíces. Hoy recojo tu imagen, tu memoria, tu grandeza, y, con toda justicia, la reivindico.
Aleyda Gaspar
Ha vivido intermitente en Iruña desde hace cinco años y colabora en SOS Racismo Navarra desde 2021. Es profesora en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México en la Academia de Comunicación y Cultura desde 2007. Sus especialidades son la historia del periodismo novohispano y del siglo XIX. Cursa el Máster en Prácticas Artísticas y Estudios Culturales: Cuerpo, Afectos, Territorio (UPNA, UPV, Fundación Huarte) donde se enfoca en el estudio crítico sobre la imagen de Malintzin o Malinche. Se ha centrado también en la encuadernación artesanal y la edición de publicaciones.
*Esta publicación forma parte de la colaboración de SOS Racismo Navarra con este proyecto.