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28/08/2020

Escuchar de cerca

“…porque no hay lugar que no te vea.

Debes cambiar tu vida”

Torso arcaico de Apolo – Rainer Maria Rilke

    En 1917, Erik Satie inventó el término “música de inmobiliario” para describir sus composiciones, que tomaban un papel secundario para que los asistentes conversaran y se distrajeran sin prestar atención a lo que sonaba. El concepto era tan foráneo que el público ignoraba las instrucciones que se les había dado previamente y se callaba cuando sonaban los primeros acordes de unas piezas sutiles, de aparente indiferencia, pero con una carga subversiva enorme que iba en contra del canon clásico que idolatraban los académicos de la época. Desde entonces, la manera de escuchar música ha evolucionado de maneras imprevisibles, pasando por la corriente artística del minimalismo, observando la incorporación de elementos electrónicos y concluyendo en la disposición inmediata de millones de grabaciones a disposición de cualquiera que las buscara.

Noventa y nueve años después de que Satie expusiera la música de fondo, el medio especializado en la industria musical Music Business Worldwide publicó una serie de artículos acusando a Spotify de llenar sus listas de reproducción “Peaceful Piano”, “Deep Focus” y “Sleep” con “artistas falsos”. La popular aplicación de emisión en continuo (“streaming”) había conseguido miles de millones de reproducciones con piezas de piano tintineantes y monocromáticas. Los intérpretes inculpados parecían tener menos de cinco composiciones, además de no tener presencia en redes sociales, páginas personales ni demás plataformas dedicadas a la publicación de música. Si bien hubo reclamos de parte de un puñado de individuos que afirmaban ser los responsables de algunas obras, varias de estas se revelaron como encargos hechos a distintos productores bajo múltiples pseudónimos.  Mientras los músicos independientes lamentaban la pérdida de una de las oportunidades que ofrecía Spotify para alcanzar mayores públicos, otras compañías se quebraban la cabeza pensando en cómo replicar este modelo de usurpar sus propias listas editoriales. Sony empezó a ofrecer numerosas grabaciones de lluvia y tormentas que duraban aproximadamente un minuto para maximizar las reproducciones.

No quiero hablar de la ética de las prácticas de cada compañía, ni de los pagos de derechos y regalías que se hacen a disqueras y a músicos. Me interesa la gente que deja que otros determinen lo que va a escuchar durante el día. Es el máximo

exponente del consumo pasivo, de la desidia en la selección musical, una actitud que va más allá de la época o el formato en el que se dé, sea a través de algoritmos, DJs o estaciones de radio. La música se vuelve un estímulo más, acompañado de tantos otros en la semiconsciencia del oyente. Su propósito es rellenar espacios vacíos, espantar al silencio que amenaza la paz de una mente inerte. La formulación de Satie se adelantó a su tiempo, pero cuesta creer que se haya vuelto la norma. El antónimo de esta actitud es decidir libremente, escoger lo que se quiere para prestarle atención y apreciar la intención de quienes provocan estos sonidos, ya sea para expresar un sentimiento, provocar una reacción o, por qué excluirlo, figurar como un elemento más del ambiente para relajar al público.

Pero el artista nunca ha sido libre, nos cuenta Ana Ramírez García-Mina, periodista dedicada a la cultura y a la música clásica. La música siempre ha respondido a factores fuera de sí misma: el Estado o el clero, los valores humanistas, las ideologías de su momento e incluso el ombliguismo. Desde hace tiempo, la mayor fuerza en la industria es el número de oyentes. Pudiendo analizar exactamente el alcance de sus piezas, las compañías grandes apuestan, como siempre, a lo seguro, a lo sencillo y con potencial de masificación. El razonamiento básico es que todos quieren más de lo mismo. Puede llevar a descubrimientos muy oportunos, sí, pero es una mentalidad cuantitativa que busca la forma más fácil de acumular cualquier cosa, incluso el arte. En tiempos de algoritmos, la conclusión lógica es un piano que se estanca en las mismas frases y timbres durante horas para que otros estudien o duerman, si es que no se trata de un motivo lo-fi con una batería borracha o un jazz sobrio e indistinto.

Dentro de este molde, la bossa nova se presenta como una paradoja. El oyente desprevenido puede entenderlo como música de ascensor si apenas se da cuenta de sus acordes delicados y sus melodías suaves. Pero este género tiene algunas de las armonías y ritmos más fascinantes del siglo XX. Es una de las pocas formas musicales que tiene una proporción entre la atención que se le presta y el gusto que provoca. De esta manera invita a su profundización. Pero para escuchar de cerca hace falta tomarse el tiempo que haga falta y abrirse hasta la vulnerabilidad. Hay que estar dispuesto a dejarse tocar, incluso si duele. No hay alternativa para quienes quieren descubrir todo lo que tiene que ofrecer una canción, como con cualquiera de las cosas que más nos gustan.

Escucha
Tão Longe de Una María

*La letra de Tão Longe es un fragmento de la novela Análogo al silencio, escrita por Daniel Franco Sánchez, publicada por Editorial Graviola en mayo del 2020.

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