11/09/2020
Desde la abulia
Si lo miras durante suficiente tiempo, el techo se estira hasta comerse el resto de la habitación. Desenfocas un poco los ojos y la luz que apenas entra por la ventana se difumina, volviéndose nubes en las cuales puedes ver las formas que buscabas hace mucho tiempo en el cielo. Tal vez esperas a que aparezca el tema de la columna de esta semana. Este sentimiento no es nuevo, desde pequeño se te da bien lo de pensar en cualquier cosa menos en el trabajo urgente. Siempre bastaba el último minuto para resolver, y un poco de escapismo no hacía daño a nadie.
Luego de estirar un poco, haces unas pocas flexiones en el suelo y decides ducharte cuando te levantas. La página en blanco sigue ahí, y el bolígrafo no ha hecho más que saltar contra el escritorio las últimas dos horas.
Esto de perder el tiempo no podía ser siempre igual. Si uno sigue vivo a estas alturas, habrá acumulado compromisos con la sociedad y con uno mismo. Las cosas por las que das la cara te definen. Pero, a diferencia de aquellas ensoñaciones de las que no logras desacostumbrarte, la realidad no se dobla ante nuestra voluntad. Aquellas ataduras exigen tiempo y esfuerzo que no siempre parecemos tener. Entonces vuelve, de manera más perfilada que antes, el monasterio en la montaña, donde la brisa
sería la única voz que nos acompaña. El barco pesquero en el que seríamos testigos del cielo y el mar entre el amanecer y la puesta de sol. El destino exótico en el que seguramente podremos descubrirnos a nosotros mismos, exactamente como nos lo cuentan las aerolíneas. En realidad, estos impulsos llevan al bar de la esquina, a las infinitas vueltas por la sala y, ahora más que nunca, a sucumbir ante los infinitos estímulos que nos ofrece la modernidad.
Apenas te sientas, piensas en todo lo que podrías estar haciendo en vez de esto. Ya terminaste el libro que tenías pendiente, hiciste un par de llamadas que debías desde la semana pasada y te hiciste una merienda más o menos elaborada. De todas maneras está anocheciendo, y quieres levantarte temprano. Podrías dejarlo para mañana, aunque toque entregar apurado, ¿no?
La verdad es que no hay escape perfecto. Posponer un encargo, una discusión incómoda o una diligencia no es más que apostar a un caballo que cojea. El tiempo perdido en infinitas distracciones siempre va a hacer falta luego. Piensa, ¿crees que vas a dejar de sentir así si lo dejas todo y te inventas una vida lejos de todo lo que te preocupa hoy?
Por ahora, nada más necesitas llegar al punto final. Después veremos.
Collage por @dfrancosanchez