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"¿Por qué un señor mayor que vende mermeladas cerca de una estación de gas halagaría el trasero de una vieja de más de ochenta años?"

Paula Rodríguez

Virgilio González Briceño, autor Cattleya

Estudiante de Historia y Periodismo. Desde pequeña fue cautivada por la literatura latinoamericana. Sin embargo, a los dieciséis años se muda a Suiza donde entra en contacto con las letras alemanas, suizas y francesas. Su escritura se centra en enseñar aquellos atributos peculiares que caracterizan y distinguen a cada ser humano. En esa misma línea, con sus estudios universitarios busca moldear y enriquecer lo que considera la mejor de nuestras cualidades: la voz propia.

(San José, Costa Rica, 2000)

Captura de pantalla 2021-06-25 a las 9.3
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Sobre:

El viejo Morris

El viejo Morris nació es un experimento. Para el curso de COE I teníamos que escribir un relato y quise probar un estilo nuevo. Gracias a los cuentos y libros que leímos durante el curso, reconocí que, hasta la trama más ridícula puede cautivar si se escribe de manera elocuente.

En ese momento, reflexioné mucho sobre las cualidades humanas que consideramos bizarras. Comportamientos que se salen de un molde, actúan como paradojas de nosotros mismos y no podemos explicar con facilidad. Un ejemplo es una conversación con unas dos amigas: Amiga X y Amiga Z. Amiga X comentaba con “asco” las veces (muchas) que fue acosada en la calle o en bares. Amiga Z y yo, también, contamos nuestras experiencias (si algo tenemos las mujeres en común, lamentablemente, es eso). Luego, Amiga X siguió con sus historias y no paró. De todo le había pasado: que si “tiene lindo pelo”, “ser la chica más linda que se ha visto” y hasta que le pidieran “el número de celular con desesperación”. Cada vez que Amiga Z agregaba algo como “a mí me pasó lo mismo”, Amiga X no paraba ni un segundo para referirse a otra mala pasada con acosadores. Cabe decir que duraron al menos 30 minutos en esas. Yo ni abría la boca porque sentía que ya no eran quejas sino alardes. La contradicción me puso a pensar: los adjetivos utilizados y el tono con el que hablan demuestran que odian que las acosen, pero se notaba, por su incapacidad de abandonar el tema y la cierta felicidad al referirse a los “piropos”, que, hasta cierto punto, lo disfrutaban. Esa noche fue mi mayor inspiración para escribir mi relato.

Con el tema en mente, desarrollé lo que en mi cabeza se relacionaba. Una señora mayor de un pueblo pequeño que extraña que la elogien por su apariencia. Una de las mayores dificultades de envejecer es la pérdida de la belleza juvenil (existe la belleza de la vejez, pero no muchos la aprecian). Estoy muy acostumbrada a escuchar a mis tías o abuelitas recalcar lo joven que soy y lo lindas que eran ellas mismas “en sus tiempos”. Esa etapa de la vida viene acompañada de una eterna melancolía. Y siguiendo mi obsesión inicial de los comportamientos extraños, algunas personas harían lo que fuera por volver a escuchar piropos.

Me gustaría aclarar que mi relato no tiene como objetivo romantizar o desenmascarar los pensamientos de las mujeres en relación al acoso ni comparto las opiniones del personaje principal, Elizabeth. De hecho, lo contrario. Quise mostrar esa melancolía de manera exagerada y ridícula.

Durante el proceso de escritura dos cosas me eran claras y sabía que se convertirían en obstáculos: empatía y diferenciación. Trascendí de mi persona y, dejando atrás mis valores, experiencias y conocimientos, me puse los zapatos de Elizabeth. Esta situación se vuelve dura cuando se está muy apegado a sí mismo, además es inevitable soltar un poco de nuestra esencia en el papel. Tuve que comprender y aceptar que yo no soy mi trabajo, no represento a los personajes. Pasé muchos días preocupada de lo que podrían pensar los demás de mí, si sería “cancelada” y tachada de machista, pero es cuestión de diferenciar. Si yo lo hice, el lector también podrá hacerlo. No intento que mi cuento inspire a actuar como Elizabeth o “el viejo Morris”, sino a verse a través de ellos y reírse de lo absurdo. Hasta ahora no he conocido a nadie que no haya soltado una sonrisa confundida, incómoda o hasta simpática al final del relato. Es así como sé que logré lo que buscaba.

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