Mariana Betancourt
Estudiante de doble grado de Filosofía y Periodismo. Actualmente investiga la realidad sociopolítica de Puerto Rico, con la intención de crear artículos periodísticos y compartidos de manera independiente. Con la narrativa, busca escribir relatos que parezcan recuerdos.
(San Juan, Puerto Rico, 2002)
Sobre:
A Isabella ya no la conozco
Recuerdo los paseos por la isla. A veces me quedaba dormida en el coche, pero cuando papá ponía Elton John me despertaba con una energía que ni la Bella Durmiente recupera luego de su sueño. Mi niñez estuvo llena de aventuras en ríos, playas, montañas y piscinas. Mis rodillas iban peladas y el pelo siempre lo llevaba sudado con la fuerza del sol caribeño. Tomé clases de surf, me compré una patineta, pasaba los martes haciendo roller skating y me metía en los campamentos de verano de la Universidad de Puerto Rico, donde reinaban las risas, los gallos y los jugos Hawaiian Punch.
Mi niñez fue un umbral de descubrimientos, es difícil encontrar una identidad personal dentro de una cultura que debate su identidad a diario. No sabía de nada, pero sabía de todo. Ahora miro para atrás y solo sonrío porque esa inocencia perspicaz aún me acompaña. Isabela fue gran parte de mi infancia y por eso aún es parte de mí. Este relato lo escribí antes de volver a la isla para las vacaciones de Navidad, estando tan lejos de casa se siente y aprende en intensidad.
En la lejanía llegan las memorias como ráfagas de viento. A veces pienso que no debo estar aquí porque me necesitan más allá. Hay días en que escucho las olas del mar desplazándose por la arena y mojando mis pies. Algunos días cierro los ojos para sentir los abrazos de mi abuela. Hay veces que para dormir tranquila imagino que mi madre está en la habitación de al lado. Hay noches en las que el desvelo triunfa pues toca recordar la magia de crecer en tan singular isla. Y eso fue este relato, un arrebato de nostalgia. Un intento de recuperar un pedazo de niñez que vive en la memoria. De recuperar ese primer amor platónico, esa primera amistad, mis días en el campo, mis días en Puerto Rico.
El relato lleva una pizca de dulzura, nos transporta a esas fiestas de campo donde solo ponen salsa y merengue. En ellas hay cantidades abundantes de alcohol, tías que no se cansan de interrumpir la musicalidad con sus aplausos y niños sudados corriendo bajo los árboles de mango.