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"Estaba acorralada entre la fiesta y la fe".

Claudia Burgos

Virgilio González Briceño, autor Cattleya

Estudiante de doble grado en Periodismo y Filosofía. Fue
becaria en el diario La Estrella de Panamá. Creció entre las
playas del Caribe y del Pacífico y entre géneros musicales
como el bolero y la salsa. En sus textos hay una exploración
de la vida y cultura latinoamericanas.

(Ciudad de Panamá, Panamá, 2001)

Captura de pantalla 2021-06-25 a las 9.3
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Sobre:

Milagro Congo

Siempre he tenido una pequeña obsesión con Portobelo, el pueblo donde se celebra el Cristo Negro, porque me parece que ahí está viva la mejor representación de la mezcla entre la cultura afrocolonial con la española e incluso con la antillana en Panamá. La imagen del Cristo es una muestra de esto. Está claro que es cultura colonial amoldada a la cultura afrodescendiente.

En Portobelo también se celebra una fiesta afrodescendiente muy importante, el Festival de Diablos y Congos. La cultura Congo viene directamente de los esclavos traídos de África. En el festival se bailan rituales que cuentan historias de los esclavos negros y se lucen personajes como la reina Congo, el diablo y el ángel. Cuentan cómo algunos esclavos valientes lograron burlar a los colonizadores y escaparse de sus amos para liberarse. Para mí siempre ha sido impresionante cómo en un pueblo tan pequeño se celebran dos fiestas tan diferentes, pero que al final son dos lados muy importantes de nuestra identidad.

No es fácil para nosotros mismos entender nuestra cultura, tan compleja. Fue casi como si, sin querer, fuéramos recogiendo pedazos de tradiciones de diferentes culturas para construir lo que somos hoy. Y aceptar todos esos pedacitos es difícil y muy complejo. Siempre hay una lucha para decidir en dónde pones la esperanza. A qué santo rezarle, qué fiesta celebrar, a dónde ir cuando hay desesperación. Incluso es difícil saber cómo hablar, qué palabras escoger. Al final siempre está presente la pregunta de si al seguir una tradición se está traicionando a otra. No queremos dar la espalda a ninguno de nuestros antepasados.

Pero, aunque no sea fácil, no nos podemos resistir a querer nuestra cultura y apreciarla como es, tan compleja, tan mezclada. Tuve la oportunidad de crecer muy cerca de Portobelo y de la cultura caribeña en Panamá y siempre me ha encantado vivir junto a esa magia que viene tanto de los colonizadores como de los esclavos africanos. En ese lugar lo inexplicable no preocupa a nadie, forma parte del día a día. Quería que en el cuento esa magia fuera algo normal porque así se vive la vida en la costa. Al mar se le tiene mucho respeto y a los santos, también.

El día que escribí el cuento sonaba de fondo el disco “Maelo… El Único” de Ismael Rivera. Ismael Rivera fue un salsero muy famoso en Latinoamérica y muy seguidor del Cristo Negro. En Portobelo lo quieren mucho y siempre están sonando sus canciones. Entre otras cosas ese disco me recordó el olor a sal en el aire de la costa y a la sensación del sol picante de verano. O como dicen en los Congos: de una luna que quema. No hay trompetas que imiten mejor el sofoco que te entra entre tanta gente, tanta humedad y tanto calor como las de las canciones de Ismael Rivera.

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