21 de julio de 2022, 22:00:00
Ruido visual
Cuando le pregunto a qué se refiere con ruido visual, Camila Curiel, diseñadora y una de mis amistades más longevas, señala la vista que tengo a mis espaldas mientras tomamos café en una terraza. En la calle hay carteles publicitando mil artículos distintos, los postes están cubiertos de carteles fosforescentes y acaba de pasar un camión recubierto con un diseño del pintor neerlandés Piet Mondrian con el nombre superpuesto de una compañía de mudanzas. El breve silencio está cargado de una indignación muy curiosa. "Es un bombardeo que se ha vuelto parte de nuestras vidas".
Puede que sea injusto culpar al primo que sabe usar la computadora y se ofrece para hacer el logo de la empresa, pero la democratización de los medios de diseño no ha traído consigo que todos sus practicantes se preocupen por cuidar lo que sacan a la luz. Además de las preocupaciones de buen gusto más obvias (porque, sí, un cartel pixelado desvaloriza los espacios), también se nota cierta ausencia del sentido histórico que tienen los estilos que observamos casi a diario. Una máxima del diseño es que todo lo que se ve debería poder explicarse, especialmente la inspiración y la coherencia.
Dos ejemplos destacan. El primero está el metro de Milán, un proyecto espectacular de estilo y funcionalidad diseñado por Bob Noorda para ser lo más agradable y navegable posible. En este sentido, también la publicidad puede ser bella a la vez que funcional si no se rinde ante la pereza. Por otro lado podemos observar la evolución del uso
de la tipografía 'blackletter', conocida también como caligrafía gótica, que cuenta con una singular historia, pasando por los amanuenses europeos y la Biblia de Gutenberg hasta su adopción y posterior rechazo del régimen nazi. Quién sabe si son esas las asociaciones que buscan los restaurantes y las bandas de 'black metal' que hacen uso de la misma grafía.
Se puede aprender la historia de un lugar por su tipografía, me explica Camila. Desde las modas de la época hasta las imposiciones de un gobierno totalitario, incluso el toldo del panadero de toda la vida. Pero el consumismo y la falta de permanencia se refleja en cómo se visten las ciudades, dando lugar a los popurrís que a veces hieren nuestros ojos. La muestra más obvia es la de las capitales europeas, pero hasta en el caso de Latinoamérica, donde los mercaditos son explosiones de colores y los espacios públicos vibran con un abigarramiento que refleja nuestro mestizaje, el riesgo es distinto: podemos pensar que es un estilo caótico, igual que aquel del que me quejo, pero este surge de una idiosincracia que celebra el porpurrí; esto otro, además de irracional, es hasta aburrido.
¿Y la solución para ese desastre que tenemos ahí, Camila? "Lo que necesitamos es una policía del diseño gráfico", me dice riendo. Hasta ahora, los atentados contra la sensibilidad estética no son crímenes imputables, pero si aprender sobre los mismos diseños que armas es hasta más fácil que aprender a hacerlo, uno no puede sino preguntarse...