3 de junio de 2021, 22:00:00
Metro y medio
La desescalada en España llega con el calor, como si hubieran planificado la caída en la incidencia de contagios para que coincidiera con el verano que se asoma. Hacía rato que la calle se había vuelto a llenar, pero el paso de la gente es más suelto, menos nervioso. Esta vez sí, como hemos dicho en ocasiones anteriores. Y una vez más, la ciudadanía enfrenta la posibilidad de poder volver a tocarse.
Por supuesto, están los que se han lanzado a los brazos de amigos y amantes desde antes de que legalizaran tal gesto. Algunos notaban con agudeza las contradicciones y la arbitrariedad de ciertas reglas de distanciamiento social, pero a muchos simplemente les gustaba pensar que la pandemia no era para tanto mientras se aglomeraban. Otros se acostumbraron a la mascarilla y el metro y medio. Son los que le agarraron gusto a quedarse en casa, como si la crisis sanitaria hubiera sido una excusa para separarse de un mundo que parecía haberles dado la espalda primero.
Sin embargo, entre ambos extremos no se encuentra
sino un millón de dudas. Es la despedida que vacila entre el abrazo y el 'puñito'. Es la mano que cuelga sin decidir si apoyarse en una espalda. Es la mesa familiar con asientos que acumulan polvo. Es el beso que sigue esperando, y sigue esperando todavía. Mientras tanto, seguimos enterrados entre informes de mayor o menor optimismo sobre las vacunas, los repuntes de infecciones y un montón de términos epidemiológicos que ya se han vuelto parte del léxico cotidiano, sin que ninguno resuelva de manera definitiva qué podemos hacer ni con quién.
Hay quien habla de miedo mientras se predica la prudencia. Hay quien enferma del alma sin saber por qué. La intimidad (la de verdad, sin pantallas de por medio) no tiene demasiadas barreras reales para desfogarse. La incertidumbre y el recelo frente a otros han tenido su utilidad para la sanidad pública hasta ahora, limitando los contactos y cerrando los círculos sociales. Pero si se vuelven hábito, no vamos a poder medir lo que se pierde con ningún valor ni estadística. Solo queda una carencia innombrable, un hueco.