6 de enero de 2022, 23:00:00
Libros para los presos
Si alguna vez hubo una época en que todos tuvimos la oportunidad de empatizar con la población presa, ha sido durante la pandemia del coronavirus. El confinamiento, los toques de queda, las limitaciones de algunos negocios y aquella marca particular de ineficiencia que caracteriza a ciertos gobiernos nos han acompañado de manera irregular a lo largo de casi dos años, pero la incertidumbre es uno de los agravantes más notables de esta situación. En este sentido, las cárceles han visto cómo la adaptación a la normativa sanitaria de sus medidas de aislamiento se llevaba a cabo entre lo arbitrario y lo inhumano.
Por un lado, queda claro que los privados de libertad siguen siendo ciudadanos de segunda o tercera categoría, una consideración que se demuestra constantemente y que no resulta de utilidad ni para la salud democrática del resto de la sociedad ni para su control epidemiológico. De la misma manera en que los repuntes de los contagios resultan del olvido de ciertos sectores socioeconómicos y hasta de países menos afortunados a nivel internacional, el descuido de las cárceles retrasa el final de la pandemia. Pero mucho de lo que se tiene que decir al respecto, como reclamar una recopilación de datos más sistemática y una mayor vigiliancia de los derechos humanos, queda pendiente. Aquí queremos enfocarnos en otro asunto, una manera de ayudar a los presidiarios a atravesar esta etapa de su condena: expandiendo sus bibliotecas.
Durante el confinamiento se observó cómo gran
parte de las personas encerradas en sus casas dedicaban más tiempo a la lectura, un faro que ayudó a muchos a navegar las circunstancias tormentosas que atravesaban. En una situación de largo plazo, se puede tratar de un apoyo inestimable ante el atropello de los derechos de los encarcelados, que van desde casos de falta de atención, inevitablemente reflejados en un aumento de contagios tanto dentro como fuera de las instalaciones penitenciarias, hasta las medidas excesivas de contención, con la suspensión de visitas y otras actividades que favorecían un mínimo de contacto humano, dando lugar a un confinamiento en solitario 'de facto'. Cada país impone condiciones distintas al envío de libros para los presos, pero resultan poca cosa en comparación al bien que podrían generar, sean del género que sean.
Después de una interpretación artística en la que recreaba su propio encierro y tortura, el activista venezolano Lorent Saleh pidió a su público en Madrid que enviara poemas a los presos. Es una acción concreta y sencilla para apoyar a este sector poblacional, más allá de la deshumanización que sufren. La poesía es una de las formas literarias más libres, una ventana con colores inimaginables y toda la profundidad que puede ofrecer el corazón humano. Es una libertad que daría un respiro a varias personas encarceladas, aunque sea un alivio pasajero. Que estos dos años sirvan para ablandar el corazón de quienes pueden hacer algo por ellos y dar fuerza a quienes pueden intentarlo.