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7 de julio de 2022, 22:00:00

Las Ășltimas

La mayor tentación de nuestro panorama social y político es intentar encontrar un solo culpable para cada una de las desgracias que acontecen en el mundo. Es fåcil acusar de la masacre reciente en Melilla a las "mafias" de traficantes (ignorando que varias ofrecen servicios remunerados en vez de hacer operaciones de secuestro masivo), al sistema "racista" de fronteras (haciendo la vista gorda a los intentos oficiales y ciudadanos de integrar a los migrantes llegados por vías regulares e irregulares) o incluso a las propias víctimas, señaladas como un grupo "perfectamente organizado y violento" (borrando las situaciones que no obligan a huir a colectivos, sino a individuos desesperados). Depende, por supuesto, de a quién le quiera caer bien el hablante.

Cuando el autor de ficciĂłn omite informaciĂłn importante en una narraciĂłn, su intenciĂłn es obligar al lector a fijarse en cada uno de los detalles que revela para llegar a vislumbrar lo que falta. Al hacer lo mismo en polĂ­tica internacional, sucede algo completamente distinto: se espera que nadie pregunte por el contexto y todas las aristas de un escenario tan complejo, sino que mĂĄs bien se acepten los datos (y falsedades) que sueltan como si de un cuentagotas se tratase. Las vidas

perdidas varĂ­an segĂșn lo que afirman los canales oficiales y las ONG que denuncian el entierro de catorce o mĂĄs migrantes sin determinar la causa de muerte ni contarlos en las primeras cifras divulgadas; omitir el impacto de los acercamientos y conflictos entre España y Marruecos en este incidente y otros parecidos en los Ășltimos años es igual de grave.

Desde la entrada de Brahim Ghali en España, los migrantes se han vuelto armas de presión política. No hay sino que señalar las concesiones del Gobierno español respecto a la autonomía en el Såhara desde que Marruecos permitió la entrada de unas 8000 personas en Ceuta. Al admitir tåcitamente la efectividad de esta maniobra en nombre del mantenimiento de las buenas relaciones, el país se vuelve cómplice de su futura aplicación, ademås de dar pie a que otras naciones sigan el ejemplo. Los muertos son apenas fichas en estas consideraciones, puntos que se restan en el campo del prestigio internacional.

Cada quien va a atribuir la responsabilidad de este desastre a quien mejor le parezca. Si no nos fijamos mĂĄs en todos los que dejan de culpar, no hay manera de asegurar que las vĂ­ctimas de esta vez van a ser las Ășltimas.

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