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12 de noviembre de 2020, 23:00:00

El experimento

Que el año más agitado de nuestras vidas coincida con las elecciones nacionales más famosas del mundo parece muy adecuado de una manera bastante morbosa. Y, como siempre, todo el mundo tiene algo que opinar sobre los Estados Unidos. Lo que dice tu prima le ganaría los abucheos de tus amigos de la infancia. Ninguno vota, claro está, pero con qué facilidad arreglarían la economía, los conflictos sociales y la respuesta a la pandemia si tan solo los hubieran escuchado los que se dirigieron a las urnas. Un país de casi diez millones de kilómetros cuadrados, y pareciera que lo entendemos de arriba abajo.

Caben las dudas de los escépticos. Todos están pendientes de quién va a mandar en un país que no es el de uno, como si interesara tanto. Es una queja justa, pero vacía e inoportuna. La cultura pop (que es un nombre con más caché para el chisme) tiene su papel en el interés que reciben los norteamericanos, pero hay algo mucho más urgente en este desasosiego. De lo que pase en estas semanas depende la motivación de quienes se atreverían a repetir el experimento que parece estar concluyendo.

El presidente saliente de los EEUU es un ejemplo perfecto del modelo de pensamiento que se ha impuesto en el fondo de las democracias. Podemos alejarnos un poco para verlo con más claridad. En todo el mundo están pidiendo a los políticos que luchen contra el sistema y a los artistas que se amolden a lo que piensa la mayoría. Los ideales de verdad y libertad se han quedado anticuados

frente al sectarismo atomizado, en el que cada grupo se aísla y se vuelve homogéneo. El mensaje es este:

-Protestar contra la injusticia no es tan atractivo como crear un mundo y una historia donde nada más quepan los tuyos.

-Donde antes rompíamos esquemas para generar espacios nuevos, cerramos la puerta para que no entre más nadie.

-Reconocer la complejidad de las motivaciones ajenas y la humanidad que compartimos es ‘contrarrevolucionario’, una muestra de debilidad frente al enemigo común.

-Los logros de ayer no sirven, y hace falta sacrificarlos si queremos llegar a nuestra utopía.

Lo más peligroso es que funciona. Se ha probado, comprobado y repetido desde hace mucho tiempo en Venezuela, Reino Unido, Turquía y España. Ahora vivimos el perfeccionamiento del aparato populista, en el que los públicos varían tanto como el color político que abandera. Así que ni siquiera tiene mérito de originalidad. Estos liderazgos parten de un cinismo profundo que invita a repetir lo que haga falta para que los escuche quien sea. El Fidel que dejó que mataran a Ernesto es el mismo que dejó que su cara se volviera una franela.

Si estamos prestando atención, es porque sabemos que todos están prestando atención, y que no faltan los que quieren sacarle provecho. Nuestro primer error sería pensar que somos inmunes a esta propaganda. Que no hemos aprendido desde hace tiempo a pensar así.

Más vainas

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